viernes, 9 de mayo de 2025

Drama, desamor y un poquito de Constitución: La historia de una amistad que se fue a pique (y no por falta de señales)

 ¡Hola, mis queridos lectores chismosos y amantes del drama ajeno! ¿Cómo están? Espero que mejor que yo después de vivir una telenovela que ni Televisa se atrevería a producir (aunque quién sabe, si la protagoniza Bárbara de Regil, todo es posible).


Hoy les traigo una historia con más giros que una novela turca y más tensión que esperar turno en el IMSS. Prepárense, porque esto se pone intenso. No sé si sirva de algo contarla, pero al menos me sirve de desahogo… y ustedes se entretienen, así que todos ganamos.


Todo comenzó allá por los lejanos tiempos del 2016 o 2017 —ni yo me acuerdo bien— cuando entré a una plataforma llamada La Sala de Juegos . Suena a lugar de diversión inocente, ¿verdad? Pues sí… al principio. Ahí se jugaban cartas (UNO, dominó, blackjack… lo clásico), pero también había “mesas libres” donde el único juego era el del verbo. Charlas, audios en vivo… y casualmente, conocí a un chico. Joven, misterioso y al parecer, con alma de villano de Disney. No daré su nombre por respeto (y porque me amenazó más veces que un político en campaña).


Según él, si cuento esta historia me va a denunciar. Que mis historias son “ridículas”… bueno, eso es debatible. Pero ¿ridículas por contar la verdad? ¡Por favor! Me leí los artículos 6 y 16 de la Constitución mexicana, así, como quien lee horóscopos para ver si hoy toca bloquear gente tóxica. Spoiler: tengo derecho a expresarme.


Bueno, en 2018 nuestra amistad subió de nivel gracias a una plataforma de videollamadas (que, por cierto, tiene mejor sonido que algunas relaciones). En dos días ya éramos uña y mugre. De esas amistades que te hacen sentir que encontraste un alma gemela… hasta que el alma se va volviendo un poco más demonio que gemela.


Nuestra historia fue hermosa… hasta finales de 2023. Todo empezó a cambiar. Primero, él se volvió más distante. Yo trataba de entender: que si la escuela, que si la vida, que si lo mandaron a trabajar como si fuera hijo del papá de Luis Miguel. Pero llegó diciembre y él parecía más frío que ex borracho en fiesta familiar. No grosero, solo… helado. Tipo “efecto paracetamol”: respondía cada 8 horas (con suerte).


Ya en 2024, y viendo que la cosa se venía en picada más rápido que el rating de una serie cancelada, decidí distanciarme. Pero no duré mucho. A las dos semanas ya lo extrañaba, porque sí, lo quería. Aún lo quiero, si soy honesta. Pero querer no siempre basta.


En marzo, se armó el escándalo. Me mandó notas de voz furioso, con un discurso que parecía sacado de un podcast de autoayuda tóxica: que si soy obsesiva, que si loca, que si tal y que si cual. Yo llorando y él, básicamente, gritándome con voz de villano de Marvel sin presupuesto.


En mayo volvió con la clásica: “he reflexionado”. Y yo, como buena protagonista de telenovela que no aprende, acepté retomar el contacto. Grave error. El efecto paracetamol ahora venía en presentación retardada: respuestas cada 3, 4 o 7 días, y eso si el universo se alineaba.


El clímax llegó el 15 de junio, cuando le dije —con tono espiritual y casi evangélico— que sentía que su amistad no era buena para mi alma. Citando a la Biblia y todo. Pero, como dice la Escritura (más o menos): “el hombre carnal no entiende las cosas del espíritu”. Y pues, el hombre se puso fúrico .


Después de eso, volvió a su rutina de amenazas por Telegram, notas de voz pasivo-agresivas y frases tan hirientes que uno no sabe si reír, llorar o grabar un corrido tumbado con ellas. Me dijo hasta que no servía para nada, que a mi edad y yo en prepa… como si estudiar fuera una carrera de cien metros y no una maratón con obstáculos, especialmente en bachillerato abierto.


Y ya en la recta final de este drama: hace unos días, el 6 de mayo, le mandé unas notas de voz (que después borré porque sentí una especie de “no lo hagas” espiritual). Pero ya era tarde. Me contestó de malas, amenazó con denunciarme de nuevo y hasta me echó la culpa de que llegaría tarde al trabajo. ¡Como si yo programara sus notificaciones! Qué ganas de decirle: “¿Y yo qué culpa tengo de que leas mis mensajes justo antes de salir volando a la chamba, criatura?”


En fin. Para rematar, me soltó una joyita: “Mira nomás en qué grado estás, ¡no sirves para nada!”. Y no por la frase en sí, sino porque venía de alguien que fue tan importante para mí, me dolió.


Después de analizar la situación con familiares y gente más cuerda que yo, se barajaron teorías: ¿narcisismo? ¿trastorno de personalidad? ¿poseído por el espíritu del ego? Yo solo sé que el tipo ahora exuda arrogancia y soberbia como perfume barato. Y pues hasta aquí llegamos.


Querida gente linda, esto fue todo por hoy. Moraleja: si alguien te trata como si fueras un mensaje no leído… ¡archívalo de tu vida! Y si amenaza con denunciarte por contar tu historia, recuérdale que la libertad de expresión existe, y que tú escribes lo que te da la regalada gana. ¡Nos leemos en la próxima entrega de esta tragicomedia sin final feliz… pero con mucho aprendizaje! 

jueves, 8 de mayo de 2025

Tu WhatsApp podría estar en peligro y tú aquí, sin doble factor: la anécdota que te va a despertar más que el café

 ¡Hola, hola, lectores de mi desértico pero resiliente blog! Sí, ya sé… este rincón digital ha estado más abandonado que los grupos de WhatsApp del trabajo un domingo por la noche. Creo que no publicaba nada desde Navidad de 2024, y francamente, ni me acuerdo de qué escribí en ese entonces. ¿Un recuento del año? ¿Unas uvas tecnológicas? Quién sabe.


Pero hoy vuelvo no solo con ganas de teclear, sino con una buena historia. Y, como dicen los buenos periodistas (y los malos también): “Si la noticia no viene a ti, inventa una anécdota” . O algo así. El ataque que (por poco) me roba mi WhatsApp Todo empezó esta misma mañana, jueves 8 de mayo (espero publicarlo antes de que se me enfríe el impulso). Me llegó una notificación extraña a mi WhatsApp Business , ese donde uso un número virtual que conseguí gracias a esas apps que uno descarga con más fe que confianza.


El mensaje era claro y alarmante: alguien estaba tratando de registrar mi número en otro dispositivo. ¡En la mañanita! Cuando yo apenas estaba en modo zombie y mi café aún no había hecho efecto. Mi reacción inicial fue pensar:

—¿Y esto? ¿Quién me quiere robar el WhatsApp a estas horas?

Y la segunda fue:

—Menos mal activé la autenticación en dos pasos . Si no, hoy estaría llorando mi número con velitas. ¿Autenti-qué? La capa de seguridad que deberías tener activada YA La autenticación en dos pasos (también conocida como “verificación de dos factores” o “doble factor”) es ese pequeño gran paso que separa tu cuenta de WhatsApp de las manos del ciberladrón promedio.


Sí, todos sabemos que basta con tu número para iniciar sesión en WhatsApp, pero si activas esta función, necesitarán también un PIN secreto que solo tú conoces. Y no, no debería ser 123456 ni tu fecha de cumpleaños. Seamos un poco más creativos, por favor. Cómo activarla sin sufrir en el intento Aquí te dejo la receta paso a paso, sin tecnicismos ni dramas: 1. Abre WhatsApp . 2. • Si usas iPhone , ve a Configuración .

Si usas Android , toca los tres puntitos arriba a la derecha y entra en Ajustes . 3. Luego dirígete a Cuenta > Verificación en dos pasos . 4. Activa la opción, establece un PIN de seis dígitos (ni muy fácil, ni que se te olvide en cinco minutos). 5. Añade tu correo electrónico (por si acaso algún día tu memoria decide hacer huelga). Y listo. Ahora tu cuenta tiene un escudo digital extra. No es infalible, pero vaya que frena a los entrometidos. Esto no es exclusivo de WhatsApp, eh… Lo mismo deberías hacer en todas tus cuentas importantes: Google, Apple, Facebook, Instagram, X (antes Twitter, cuando tenía pajarito) , Microsoft, y toda red social que te importe aunque sea un poquito. Hoy en día, dejar una cuenta sin doble factor es como dejar la puerta de tu casa abierta con un cartel que diga: “Hay comida en el refri, pásenle”. Reflexión final antes de que el WiFi falle Moraleja de la historia: no esperes a que alguien intente robarte tu cuenta para activar la verificación en dos pasos. Es fácil, gratis y te ahorra un coraje del tamaño de tu lista de chats archivados.


Si esta historia te hizo reír, pensar o al menos levantar una ceja, me doy por bien servido. Y si quieres que hable sobre algún tema en particular (tecnología, anécdotas extrañas, cosas que no deberían pasar pero pasan), ahí está el formulario del blog. Prometo no ignorarlo como ignoré publicar por cinco meses. ¡Hasta la próxima! Que no sea otra Navidad.